Hoy 14 de Septiembre la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz. Nuestra hermandad ha celebrado en contadas ocasiones el Día del Cristo, especialmente cuando estaba de párroco nuestro querido D. Luis, quien cada mañana del 14 de Septiembre celebraba la Santa Misa en la capilla de la Misericordia ante la imagen del Cristo. Este blog no puede pasar por alto esta festividad, aun cuando no haya ningún tipo de celebración cultual (como dice el refranero "Doctores tiene la Iglesia"). Incluímos a continuación una meditación para que los seguidores del blog no dejen pasar por alto esta festividad.
El 14 de Septiembre se celebra la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Cuando esta fiesta coincide con el domingo, prevalece sobre éste; en este caso, es la fiesta la que se celebra, pues es una fiesta importante. Esta fiesta nos sitúa en el Viernes Santo. Las lecturas nos hablan de la pasión y de la cruz.
El Viernes Santo se centra más en la muerte de Cristo, hoy en la cruz más que en el crucificado; pero recordemos que el Viernes Santo hay un momento en el que se adora la cruz (sólo Dios es adorable, ese día se hace una grata excepción); en ese momento y en esa situación nos coloca la fiesta de hoy. Aunque en realidad la Cruz y Cristo han formado tal simbiosis que no se sabe donde acaba uno y donde empieza la otra: la cruz se ha“cristificado” y Cristo se ha “crucificado”, se ha hecho árbol de la cruz.
Dediquémonos en el día de hoy a mirar a Cristo crucificado; en su advocación de la Misericordia, su contemplación nos puede traer mucho bien.
Cuando miremos los pies clavados de Cristo en la cruz recordemos las encrucijadas de la vida, el preciso momento en el que uno no sabe qué dirección tomar y hacia dónde encaminarse, las terribles y dolorosas situaciones en las que uno está solo ante la vida, esos momentos fundamentales que influirán en el resto de la vida personal, familiar y social. Que nuestros pies se afiancen para tomar el sendero justo.
Cuando miremos las manos clavadas de Cristo en la cruz, las amenazas que se ciernen en los puños cerrados y armados de tantos hombres y mujeres para atacar al contrario, desaparecen en abrazos a los demás; la cerrazón y el egoísmo, que siembra de cercos todos los contornos personales, abre puentes y puertas al prójimo.
Cuando miremos el costado abierto de Cristo en la cruz, del que brotó agua y sangre, los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, tenemos que sentirnos invitados a superar la tiranía del sentimiento en nuestra vida.
Cuando miremos la cabeza coronada de espinas de Cristo en la cruz, veamos cómo los requiebros de la soberbia y el orgullo se desvanecen y el ser humano se hace más humilde mirando a Cristo crucificado, se acallan las preguntas, se silencian las voces, se apaga el ímpetu de la duda, se arrodilla el alma... y no queda más salida que la adoración.
Miremos a Cristo crucificado. Contémplemolo despacio. Ahí esta la Vida.